Aquí os dejo varios ejemplos de microrrelato (puede que algunos ya los hayamos visto en clase).
EL
DINOSAURIO
Cuando despertó, el
dinosaurio todavía estaba allí.
Segunda versión: Cuando el dinosaurio despertó, descubrió aliviado que todo había sido un
sueño.
TEXTO ATRIBUIDO A HEMINGWAY
For sale: baby shoes, never worn.
Se venden zapatos de bebé no usados.
RELATO IMPROVISADO. Jugar con el misterio, la intriga o la interpretación abierta.
Hoy desperté con la certeza de que algo iba a cambiar. El aire se sentía distinto,
más pesado, como si el mundo supiera algo que yo aún ignoraba. Caminé hasta la ventana y vi
un sobre en el alféizar, empapado por la lluvia de anoche. Lo recogí con cuidado y, al abrirlo,
encontré una fotografía borrosa de mi infancia.
No reconocí el lugar, pero en el reverso había una frase que no olvidaré: "Es hora de volver".
PENÚLTIMA ANNABEL LEE
Adrián y María navegan,
veraniegos y prófugos, en un río de noche –Lo haré todo por ti, todo soy
ti-.Primero fue el verano que los sorprendió con sus tormentas y tardes
ociosas, dilatadas como mercurio bajo la bombilla. A los pocos días, correr más
allá de la verja, y enseñar a Adrián a pisar descalzo la hierba. Lo siguiente
fue descubrir el embarcadero. Ahora, Adrián rema –ha venido tu padre y ha
dejado un paquete que espera en la cocina que lo desenvuelvas- gritó Eugenia
hace sólo unos minutos (desde los soportales ya casi no los veía, recortados en
un fondo de abedul a contraluz).
En este punto, Martín abandonó su relato y
ahora, mientras de noche cocinan, al oído de Marta susurra el porqué.
La mañana del 26 de febrero de este mismo año, en un día encapotado y de nieve fundiéndose en charcos de agua sucia, por efecto de la creciente afluencia de viandantes y tráfico rodado, un perro, un gato y una zarigüeya llamados, respectivamente, Tim, Guau y Resuello por cortesía o capricho de sus propietarios, se reunieron en el bar de la esquina, con el propósito de discutir cuál de los tres sería, llegado el caso, mejor amante -o mejor y más conveniente compañía-, para una ratita movediza, pizpireta e indiscutiblemente sexy que merodeaba por el barrio de unos días a esta parte.
Obviamente, y antes que nada, acordaron hablar tan larga y pacientemente como fuera necesario, para que así cada uno pudiera exponer sus argumentos y razones, de tal modo que todos pudieran hacerse idea cabal de la situación en su conjunto, y atendiendo los particulares. Sin obviar ningún punto de vista, sin discriminar un ángulo, por marginal que pudiera parecer. Este planteamiento de inicio, se inspiraba en las buenas intenciones con que todos acudieron a la cita, en la medida en que delata que todos confiaban en que, con este proceder, alguno de los tres rivales se decantaría -llevado por el buen juicio y después de sopesar los pros y los contras- por la idoneidad de uno de los otros dos, y en detrimento –sea dicho- de los propios intereses, permitiéndoles resolver la cuestión en una primera ronda de votaciones. Tim pensó en argüir que fue el primero en verla. Pero eso era algo que, sin ningún género de dudas, Guau se tomaría como un terrible agravio, herido en su orgullo de cazador diligente e implacable. Entonces el argumento bien podría volvérsele en su contra y, irreversiblemente, perdería su simpatía y, con ella, todo probabilidad de ganarlo para su causa, llegado el momento decisivo. Un asunto generó singular polémica y fue lo primero que les permitió adivinar que no encontrarían fácil solución: estuvieron largo rato enfrascados en la evaluación de la seguridad de la ratita. Pero si Guau se relamía los bigotes era sólo por un acto reflejo característico de todos los de su especie, y el gesto no guardaba relación alguna con la interesada, porfió. Aquí fue donde Resuello intervino por primera vez. Quiso sacar a colación y traer a la memoria la autoridad de los clásicos y mencionó a Esopo (aunque en honor a la verdad, la fábula de la rana y el escorpión es de autoría dudosa y aún fuente de disputas erúditas). Resuello se había mostrado tímido hasta el momento y en justicia a los hechos, puedo avanzar que, con todo, y después de unos pocos intentos fallidos de mostrarse resuelto y, por momentos, lucir donaire bravucón, su actitud disimulada remitió pronto, porqué, como es bien sabido, resulta muy difícil de oponerse a la naturaleza de carácter que a cada cual gobierna. Sin embargo, todos reconocían que eso era parte de su encanto. Su fragilidad y cortesía, pudieran perfectamente ser aliados en la última curva, si pasaban las horas y las horas al mismo y fatigoso ritmo con que la nieve volvía a caer y insistentemente caer, más allá de las cortinas corridas del reservado donde se aposentaron para no ser molestados por nadie.
Caía la nieve mansamente, y ellos continuaron así horas y horas, y whisky tras whisky. Al anochecer, llevados por el desánimo, el agotamiento y los excesos etílicos, habían probado con toda suerte de método: lo habían intentado a los dados, habían lanzado monedas al aire –aunque por voluntad de la aritmética en ningún momento se pusieron de acuerdo sobre la justa organización de las fases clasificatorias del certamen-. Lo intentaron, incluso, abriendo la votación a los otros clientes del bar –teniendo, entonces, que replantear y volver sobre los acuerdos, bases y estatutos que habían ido consolidando a lo largo de los lentos minutos en disputa y alerta- pero siempre aparecía una descuerdo, una objeción, algún matiz nuevo que, en opinión de alguno, invalidaba la tentativa.
Probablemente, aquella insistencia en encontrar una solución de consenso que satisficiera todas las partes, o al menos, mitigara el fracaso de los dos que inevitablemente serían desechados, obedecía a que les había tocado vivir en tiempos que transcurrían amables. Sí, sin duda aquellos eran tiempos amables de mimos, caricias y galletas dietéticas para mascotas, cuando no chucherías de formas insospechadas y atractivos colores y aromas que eran la envidia de los niños de la casa. Pero recientemente algo estaba cambiando, y no era necesario retroceder demasiado en el tiempo para recuperar la memoria de días en que no se discutía que, al caer la noche y al caer la nieve, y la noche otra vez, las más bellas sonreían al más fiero de los vencedores. Aquella noche cerraron el bar. Justo cuando casi el día empezaba a ganarle esquinas a la noche, salieron por la puerta –no sin dificultad y después de apartar la nieve que la taponaba- abrazados y borrachos. Así deambularon un rato más. Aún y tambaleándose de un lado a otro de la calle, se resarcían de los tropiezos sin soltarse, y al levantar cabeza, casi espontáneamente, en un resuello recóndito encontraban fuerzas para empezar cantar fragmentos de canciones regionales, de zarzuelas o de habaneras que no terminaban nunca, ya fuera porqué desconocían el final, o lo olvidarán al momento o porque otra irrumpía en su memoria sin darles tiempo de terminar la primera. De esta manera, avanzaban hacía el alba con esa camaradería tan propia de los que se pertenecen mutuamente. Aun y su aspecto fantasmal y astroso, era un gozo verlos en tal comunión. Irradiaba su satisfacción, la hermandad que les confería el consenso, haber dado con la solución después de vencer las dudas, las ambigüedades, las aceptadas desconfianzas. Avanzaban juntos con su definitiva y trágica solución apoyada en la confirmación que uno a otro se prestaban. Todo quedo concertado para ese mismo amanecer ya tan cercano. Justo a la salida del sol, en el callejón y para la cuál acordaron abolir cualquier norma, regla o fineza. Tan hartos y exangües estaban ya de tanta humillación bienhechora.